El 9 de marzo en Puerto Príncipe, capital de Haití y ante la asamblea del CELAM (Conferencia Episcopal de Latinoamérica), el Papa Juan Pablo II, hizo un llamado a una Nueva Evangelización. A un “compromiso” no de re-evangelización, pero si, de una Evangelización Nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión.
Este oportuno mensaje fue la síntesis de lo que ya venía hablándose en el seno de la Iglesia y se fue manifestando a lo largo del Magisterio, porque había llegado el tiempo de iniciar una Nueva Evangelización para la Iglesia de Cristo (ver E. N 14; R.M. 3, 44; S.D. 41; D.A. 12, 243, 275, 278 a, 365-366; 548…)
Fue así que desde aquel llamado, la Iglesia fue trabajando para darle forma a como presentar el mensaje, partiendo del mandato dado por Jesús a sus Apóstoles (Mc. 16, 15-16), 19-20) “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará”.
Este mandato es conocido como “la gran comisión”, pero en los católicos se transformó en “la gran omisión”, ya que gran parte de los bautizados, solo participan en algunos acontecimientos sacramentales, muchas veces por compromisos sociales, pero no han tenido un encuentro personal con Jesús.
Para entender lo que esto significa partamos de lo que nos enseña el Divino Maestro, cuando nos dice: “Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra” (Lc. 4,34).
Por lo tanto, si nosotros queremos trabajar en la obra de Dios, no podemos inventar una forma, o un estilo, sino hacer lo que El nos enseñó. A este estilo para instaurar el Reino de Dios, lo encontramos en Mt. 4, 23: “Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las Sinagogas, proclamando la Buena noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente”.
Nos dice cuatro cosas fundamentales, que debemos aprender:
1- Recorría: No estaba sentado detrás de un escritorio. Iba de pueblo en pueblo, ciudad o aldea. Así lo hizo con Judea, Galilea, Samaria, hasta llegó a salir de las fronteras sacras cuando llegó a Tiro y Sidón. Era un incansable peregrino.
2- Proclamaba: Esto quiere decir que anunciaba la Buena Nueva invitando a la conversión.
3- Enseñaba: A los evangelizados les enseñaba una nueva forma de vivir, desde su propio testimonio. El siempre transmite vida.
4- Curaba: Si bien a esta faceta podríamos llamarla “añadidura”, tanto que la vemos en último lugar, era parte del ministerio de Jesús.
Estos cuatro elementos se parecen a las patas de una mesa, que para no perder el equilibrio, ninguna puede faltar.
– ¿Cuál de estas cuatro patas crees que hace más falta en nuestra Iglesia, hoy?.
– ¿Cuál de estas cuatro patas, te está faltando a ti?.
Este método que utilizó Jesús, tuvo como premisa la misión universal de su Iglesia que iba a formar, porque El sabía que debía llegar a todos los hombres, de todos los tiempos…y hasta los confines de la tierra.
Recordemos que geográficamente Jesús se movió durante su ministerio dentro de un perímetro de unos 200 km, casi siempre en Galilea, en Samaria y Judea, solo dos o tres veces subía a Jerusalén (distante unos 150 km), y luego volvía a su amada Cafarnaúm, Betsaida y Corozaín.
¿Cómo podía hacer para superar ese territorio y trasuntar en el tiempo, máxime sabiendo que debía entregar su vida?.
Para lograrlo, Jesús se dedicó con particular interés a formar discípulos. Otros que lleguen a ser como El y no se quedó allí, sino que llegó a formar maestros que sean capaces de formar a otros. A estos los conocemos con el nombre de Apóstoles.
Esta debe ser nuestra forma de trabajar, para crecer y fortalecer la Iglesia que formamos.
A manera de ejemplo recordemos una hermosa enseñanza que nos dejó Sansón:
Sansón era un hombre predestinado y extraordinario, una bendición para su pueblo. Nació de madre estéril y fue un ángel de Dios quién le anunció su nacimiento, pidiéndole, entre otras cosas, que no debía cortarse el cabello, pues toda su vida la viviría en el estado sagrado de “nazareo”. El nazareato era la consagración de una persona a Dios y el voto incluía la abstención de toda bebida alcohólica, de cortarse el cabello y evitar todo contacto impuro, especialmente el contacto con cadáveres.
Sansón, a diferencia de los otros gobernantes, no es el héroe que acaudilla al pueblo y lo lleva a la guerra, sino que el combate con los filisteos lo hace en forma personal, valiéndose de su extraordinaria fuerza.
No perdamos de vista que los Filisteos se ubican en la llanura de Palestina, formaron un fuerte y gran ejército y llegaron a dominar toda la tierra de Canaán. Eran expertos guerreros, conocían muchos secretos del mar, pues sus ancestros, procedían de las islas Egeas y del Asia Menor.
En una ocasión, pidió a sus padres que le tomaran por mujer a una filistea de Tinmá, algo que les molestó, pues los israelitas consideraban a los filisteos de categoría inferior por ser incircuncisos. A pesar de la disconformidad de sus padres, finalmente se casó y curiosamente su mujer, a causa de un hecho anecdótico fue entregada a un amigo que había servido en su propia boda.
Jue. 15, 1-5: “Después de un tiempo, mientras se cosechaba el trigo, Sansón fue a visitar a su mujer, llevando un cabrito, y dijo: Quiero estar a solas con mi mujer en la habitación. Pero el padre de ella no lo dejó entrar, diciendo: Pensé que ya no la querías y se la di a tu amigo. Quédate en cambio con su hermana menor, que es más hermosa. Sansón le replicó: Esta vez seré inocente del daño que voy a causar a los filisteos.
Sansón se fue y cazó 300 zorras; luego tomó unas antorchas, ató a las zorras por la cola de dos en dos, y les puso una antorcha entre las colas. Prendió fuego a las antorchas y soltó a las zorras por los sembrados de los filisteos. Así les quemó las gavillas, el trigo, todavía en pie, y hasta los viñedos y olivares”.
De este ejemplo rescatamos la gran astucia que ilumina la mente de Sansón y en el encontramos el poder Divino de nuestro Creador.
Los filisteos personifican a los espíritus del mal que permanentemente turban, con tentaciones diversas la vida del hombre, sobre todo de aquellos que se encuentran débiles espiritualmente y alejados de Dios, los que son presa fácil del pecado.
Las zorras, somos nosotros, los que fortalecidos por la fe, nos encontramos al servicio de la obra de Dios, edificando su Iglesia.
Las antorchas encendidas, son la presencia viva del Espíritu Santo que recibido en nuestro bautismo, arde con todo el Poder para enfrentar y derrocar al mal.
Las zorras en pareja, nos recuerda lo que Jesús hizo con sus discípulos al enviarlos a anunciar la Buena Nueva del Reino (Mc. 6, 7), “… los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros”.
El Documento de Aparecida en el número 278, nos enseña el camino, cuando dice: En el proceso de formación de discípulos misioneros, destacamos cinco aspectos, que aparecen de diversa manera en cada etapa del camino, pero que se compenetran íntimamente y se alimentan entre si:
a) El Encuentro con Jesucristo (anuncio del kerygma).
b) La Conversión
c) El Discipulado
d) La Comunión
e) La Misión
Por toda esta riqueza que alimenta nuestro espíritu, es que hoy, para dar respuesta a nuestra esperanza, necesitamos formarnos y formar a nuestras comunidades. El secreto radica en empezar con lo que tengas, para que desde allí “broten” nuevos discípulos-misioneros que se encarguen de la difusión de la fe.
Si crees que necesitas ayuda y consideras que podemos hacerlo, solo tienes que enviar una señal y de inmediato acudiremos, como lo hicieron aquellos pescadores que nos habla el Evangelio de Lc. 5, 4-7.
¡Que el Señor te bendiga!
Referencias
E.N: Evangelii Nuntiandi (1975)
R.M: Redemptoris Missio (1990)
S.D.: Santo Domingo (1992)
D.A. Documento de Aparecida (2007)